domingo, 25 de enero de 2009

FALLECE EL ÚLTIMO BRIGADISTA IRLANDÉS



FALLECE EL ÚLTIMO BRIGADISTA IRLANDÉS

EN LA MUERTE DE BOB DOYLE
Ayer murió el último brigadista irlandés, Bob Doyle, a los 92 años de edad. El 12 de febrero hubiera cumplido un año más, pero su corazón le falló. Durante al año 2008 acudió como protagonista a numerosos eventos en Irlanda, Reino Unido, donde vivía, y España, su segundo hogar. Estuvo, como solía hacer todos los años, en las marchas del Jarama y de Brunete. Participó, a finales de octubre, en los actos del 70 aniversario de la despedida que Barcelona dispensó a las Brigadas Internacionales, donde pudo volver a escuchar las históricas palabras de la Pasionaria: “Volved a nuestro lado, que aquí encontraréis patria los que no tenéis patria, amigos, los que tenéis que vivir privados de amistad, y todos, todos, el cariño y el agradecimiento de todo el pueblo español…”
Semanas después marchó a Belfast para presidir la inauguración de un monumento a las B.I. Y allí cayó herido por una penosa neumonía que el sistema de salud británico –el otrora famoso Nacional Health Service- no supo tratar a tiempo. Casi dos meses en los cuales Bob ha estado luchando contra la muerte como lo había hecho en tantas ocasiones en su azarosa vida de “rebelde sin pausa”, como lo caracterizó la BBC en un buen documental emitido en los años noventa.
Bob nació en Dublín el año 1916, el mismo en que se produjo el conocido alzamiento popular de Pascua contra la dominación británica. Su familia, como tantas otras de la clase trabajadora, se vio azotada por la pobreza histórica de una Irlanda colonizada, una pobreza que se agravó en los años treinta como trágica secuela la crisis del 29. La calle y las movilizaciones sociales de aquella década enseñaron a Bob lo que las escuelas católicas regentadas por monjas le habían ocultado: que los seres humanos tiene unos derechos que la sociedad capitalista, sí la sociedad capitalista, no da gratuitamente; hay que ganarlos con la lucha constante.
El joven Bob adoptó pronto una actitud de sana rebeldía que le llevó a participar en las luchas por el trabajo y la vivienda y contra la ola fascista que se extendía por Europa y por la propia Irlanda (los camisas azules de O’Duffy). Y cuando estalló la guerra civil no dudó en incorporarse al torrente de miles de voluntarios antifascistas que vinieron a España a defender la República y la democracia amenazadas. En marzo de 1938 fue hecho prisionero en Calaceite por una unidad fascista italiana, los Flechas Negras, y enviado al campo de concentración de San Pedro de Cardeña, de donde salió 11 meses después.
Bob prosiguió el combate contra el fascismo durante la segunda guerra mundial y, al término de ésta, se instaló en Londres. Se casó con una emigrante asturiana, Lola, y fundó una familia que ha dejado dos hijos, Roberto y Julián, y numerosos herederos. Pero el principal legado de Bob ha sido su disposición constante a la lucha en defensa de los humildes, de los oprimidos. Así lo hizo como sindicalista de base en el gremio de artes gráficas y también como ciudadano comprometido en la lucha por la paz, la igualdad y el progreso. Y tal como lo hizo él, así intentó transmitir su ejemplo a las siguientes generaciones. A esa idea respondió su voluntad de escribir sus Memorias, publicadas por la AABI, y de acudir a cuantas reuniones se organizaran para recordar a los luchadores de la libertad. En España pudimos escuchar su mensaje en numerosas ocasiones, unos discursos clarividentes que constituían, más allá de un recuerdo nostálgico del pasado, una llamada a la acción. Por eso muchos de sus discursos terminaban con su frase más querida: “Nuestra lucha por la liberación de la humanidad continúa”.
Severiano Montero, miembro de la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales.

LOS NIÑOS PERDIDOS DEL FRANQUISMO


LOS NIÑOS PERDIDOS DEL FRANQUISMO


La Acción Social de la Falange y la Iglesia desempeñaron un papel muy importante en una poco conocida 'depuración' de la raza por la que se robaron miles de niños, hijos de padres asesinados y madres 'rojas'.
El País/VICENÇ NAVARRO 24/12/2008
Una de las sorpresas que me encontré a la vuelta de un largo exilio fue el ver que mis estudiantes (gente joven, despierta y curiosa intelectualmente, horrorizados por las barbaridades realizadas por las dictaduras chilenas y argentinas -tales como el robo de niños de padres asesinados por aquellas dictaduras-) desconocían que todos aquellos horrores habían ocurrido también en España durante la dictadura franquista, incluyendo el robo de niños de madres republicanas asesinadas por el Ejército golpista. Recordaré siempre su respuesta al excelente documental de la televisión catalana Els nens perduts del franquisme, de Montse Armengou y Ricard Belis, que documentaba tales robos durante la dictadura. Al entrar en el aula al día siguiente de haberse proyectado tal documental, noté un silencio ensordecedor. Los estudiantes estaban sorprendidos, avergonzados e indignados de que se les hubiera ocultado parte de la historia de su país. Sabían lo que había ocurrido en Argentina y Chile, pero desconocían lo que había ocurrido en España.
Fue así como pude explicarles que no sólo lo que había ocurrido en aquellos países, sino incluso muchas de las cosas que habían ocurrido en la Alemania nazi, se habían dado también en España. En realidad, parte de los experimentos realizados por la Gestapo en los campos de concentración nazis se habían iniciado en España bajo la supervisión de la misma Gestapo. (Ver Michael Edwards A time of silence. Civil War and the Culture of Repression in Franco's Spain. 1936-1945. Cambridge University Press, 1998). No se lo podían creer. ¿Cómo es que nadie se lo había contado? Y así se lo expliqué.
En contra de lo que se ha dicho y escrito, el régimen militar liderado por el general Franco era racista. Los militares golpistas se consideraban parte de una raza hispánica superior (el día nacional se llamaba el día de la Raza), superioridad que le otorgaba el derecho de conquista y sometimiento sobre otras razas inferiores, entre las cuales incluían la raza de los republicanos rojos (término utilizado por la dictadura hacia aquellas poblaciones que se opusieron al golpe militar y a la dictadura). El ideólogo de tal doctrina era el militar psiquiatra Vallejo Nájera, que dirigía los Servicios Psiquiátricos del Ejército. Parte de su formación había tenido lugar en Alemania, habiendo estudiado las teorías racistas nazis de las cuales era un ferviente admirador. Su interpretación de la raza, sin embargo, contenía un fuerte componente político-cultural y psicológico más que étnico, aunque incluía elementos antisemíticos en su definición. Fue nombrado por el dictador director del Gabinete de Investigaciones Psicológicas con el objetivo de estudiar la raza española y su superioridad, con la intención de purificarla eliminando cualquier forma de contaminación que diluyera su pureza. Sus teorías quedaban reflejadas en sus libros, incluyendo Eugenesia de la Hispanidad y regeneración de la raza, en el que definía raza como espíritu. "La raza es espíritu. España es espíritu. La Hispanidad es espíritu... Por eso hemos de impregnarnos de Hispanidad... para comprender nuestras esencias raciales y diferenciar nuestra raza de las extrañas". Este espíritu lo definía como "militarismo social, que quiere decir orden, disciplina, sacrificio personal, puntualidad en el servicio, porque la redoma militar encierra esencias puras de virtudes sociales, fortaleza corporal y espiritual". Y para mejorar la raza era necesaria "la militarización de la escuela, de la Universidad, del taller, del café, del teatro, de todos los ámbitos sociales". Su purificación de la raza incluía el resurgimiento de la Santa Inquisición en contra de las personas que consideraba antipatrióticas, anticatólicas y antimilitares que corrompían la raza española. Afirmó que parte del problema racial de España era que había demasiados Sanchos Panzas (físico redondeado, ventrudo, sensual y arribista), y pocos Don Quijotes (casto, austero, sobrio e idealista), personajes imbuidos en un militarismo, identificando la cultura militar como la máxima expresión de raza superior. (Para expansión de este análisis, ver el excelente libro de Enrique González Duro Los Psiquiatras de Franco. Los rojos no estaban locos. Península, 2008).
Vallejo Nájera tenía un gran desprecio para las personas corrientes y creía que la sociedad moderna necesitaba de una "minoría selecta... con espíritu aristocrático... imbuido en una misión especial de salvar al país y a la raza". Era también profundamente anti-mujer, considerando que "las hembras no estaban facultadas para la lectura de libros". Desaconsejaba a las niñas que leyeran libros excepto los de carácter religioso, y alertaba que la debilidad mental de las mujeres las hacía especialmente vulnerables al marxismo, el máximo exponente del deterioro de la sociedad. Hablaba del marxismo como de una peste transmitida a partir de los centros urbanos, los centros industriales de la costa de España.
Vallejo Nájera estableció un campo de experimentación en Málaga, "Málaga que ha importado toda clase de ideas", ciudad costera que él consideraba proclive a tal enfermedad. En aquel campo hizo todo tipo de experimentos, asesorado por agentes de la Gestapo, incluyendo un estudio de 40 malagueñas, milicianas republicanas, consideradas todas ellas como "casos de anormalidad psíquica, exaltadas por sentimientos pasionales... que se sumaron al saqueo para satisfacer impunemente rencores y venganzas personales". Dentro del campo de concentración agrupaba a los rojos en varias categorías, siendo una de ellas (considerada de las más degeneradas) las mujeres marxistas y catalanas. Fue en estos campos de concentración donde se realizaron tales estudios que generaron la información de la que Vallejo- Nágera concluía que el marxismo era la máxima forma de patología mental, siendo "el marxismo español una mezcla judeo-masónica que la distingue del marxista extranjero, semita puro".
Tal señor no era una figura menor en el edificio ideológico del Ejército franquista y del régimen militar que estableció. Sus teorías se transformaron en la ideología del régimen. Eran profundamente racistas, contraponiendo la raza española (que se caracterizaba por su masculinismo, canto a la fuerza física, nacionalismo extremo y un profundo catolicismo) a la raza roja inferior, compuesta de subdesarrollados mentales, psicópatas y degenerados, contaminados por un marxismo, judaísmo y masonismo al cual eran vulnerables las clases populares por su subdesarrollo mental.
Tal inferioridad de raza podía corregirse, sin embargo, a la temprana edad de la infancia. De ahí que se requiriese que a las madres rojas se les quitaran los infantes para evitar su contaminación y degeneración. La Acción Social de La Falange y la Iglesia jugaron un papel muy importante en esta depuración de la raza "salvando" a los infantes de tal patología que podía transmitirse de madres a hijos. Tales robos eran frecuentemente hechos para el beneficio de parejas afines al régimen que deseaban tener niños. Miles de niños fueron sustraídos de sus madres rojas.
Esta política de robos era, tal como escribe Enrique González Duro, política del Estado. El Ministerio de Justicia tenía como responsabilidad robar (el término que se utilizaba era recoger) a todos los hijos de los asesinados, encarcelados o desaparecidos, a fin de "liberarles de la miseria material y moral que suponía su distanciamiento del nuevo Estado español". En 1943 los hijos de presos bajo tutela del Estado eran 12.043.
Estos hechos se han ocultado al pueblo español. El documental Els nens perduts del franquisme, ampliamente galardonado internacionalmente, ha sido mostrado en la televisión sólo en Cataluña, en el País Vasco y en Andalucía (a la 1 de la madrugada). Recientemente se hizo una presentación de una versión abreviada en TV2. Por lo demás no se ha presentado en ninguna otra televisión, sea pública o privada, contribuyendo al olvido de los horrores de aquella dictadura cuyo conocimiento es muy escaso en nuestro país, y que el auto del juez Garzón hubiera podido ayudar a remediar. Su retiro del caso ha aumentado las posibilidades de que aquel horror continúe desconociéndose.
Vicenç Navarro es catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Pompeu Fabra.

Fuente:

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